—Quiero amarte, quiero amarte con el alma y con el cuerpo. Quiero amarte toda y por siempre —exclamó el tal Gabriel, semidesnudo en la cama de Sonia.
“¿Amarnos? ¿A esta hora? Pero si acabamos de cenar, apenas te conozco y quiero ir al baño. Y para amarnos primero tendría que asegurarme de que cumples con dos o tres requisitos como que no uses zapatos puntiagudos”, cruzó por la mente de Sonia, quien consideró un poco ruda tal honestidad en ese preciso instante y optó por callar sus pensamientos y simplemente continuar con los besos y las caricias, que no iban mal.
—Me da pena venirme. Me da pena venirme y manchar tus lindas sábanas, tu espacio —dijo más tarde el tal Gabriel.
“Lo sabía, esto es una pendejada”, pensó Sonia sintiéndose patética por haber caído en las redes de la modernidad virtual, pero atinó a responder alguna imbecilidad como:
—No te claves, no me molesta. Se lavan y ya.
Durante la semana que siguió al encuentro, el tal Gabriel le habló por teléfono varias veces:
—Ojalá estuvieras aquí, me gustaría recorrerte de nuevo —le dijo en la primera llamada.
Sonia, no sabía bien qué contestar. Todo le resultaba un poco absurdo.
—Compartir mi mundo con el tuyo —continuaba el tal Gabriel.
Un par de semanas antes, Sonia había dado de alta una cuenta en una de esas aplicaciones de citas que estaban de moda. Se había vuelto complicado salir con gente nueva. Todos pertenecían al mismo círculo, eran “hermanos de”, “exes de”, “primos de”, “jefes o colegas de”. Después de pensarlo por algunos días se había animado, sabiendo en el (no tan) fondo que era una pérdida de tiempo, pero sobre todo de dignidad. La aplicación invitaba a compartir cierta información sobre religión, ejercicio, consumo de alcohol y tabaco, nivel educativo y política: ninguna, a veces, sólo en compañía, nunca, formación profesional, izquierda. En uno de esos recorridos solitarios por imágenes falsas de personas con vidas felices y repletas de aventura, encontró al tal Gabriel. A través de los mensajes parecía sensato, simpático e inteligente. Vivía fuera de la ciudad, lo cual era atractivo para cualquier relación. Unos días después, él pasaría por la ciudad y quedaron para cenar.
La velada transcurrió bastante bien, no muy incómoda, que era lo que Sonia más temía. Algunos momentos bastante divertidos y otros más pantanosos cuando el tal Gabriel dejó entrever cierta espiritualidad escondida en los mensajes previos:
—Qué maravilla que los dos seamos conectores de mundos en el horóscopo maya. —Una señal de alarma que Sonia sopesó como espinosa pero no tan seria.
—La verdad no creo que la hora y el lugar de nacimiento determine mucho tu vida —intervino ella—. Prefiero pensar que una puede tomar el camino que se le ocurra.
—Claro. Sin embargo de alguna forma misteriosa los conectores se encuentran, se entrelazan y forman redes. Están predestinados —zanjó el tal Gabriel.
El restaurante elegido quedaba cerca de su casa y, siguiendo la exhortación de una amiga más lanzada, lo invitó a pasar. Siguieron las cervezas, aparecieron las caricias y desapareció la ropa. La noche se sorteó así, con aceptable sexo interrumpido por comentarios que en Sonia sólo suscitaban el deseo de sellarle la boca con cinta de embalar. Ávida de romance, ponderaba a toda velocidad si valía la pena seguir e intentar aquello de “quiero amarte toda y por siempre”. Después de un veloz pero profundo análisis, desnuda y en la cama, decidió que sí. Lo intentaría.
Sonia participaba del intercambio divertida pero precavida. La distancia impedía una segunda cita inmediata, así que las llamadas y los mensajes eran imprescindibles por unos días más. Al cumplirse una semana de aquel primer encuentro, Sonia recibió una última llamada:
—Sonia, hermosa Sonia, nunca me había sentido así de pleno y embriagado por alguien. Nuestra conexión, además de profunda, es inquebrantable. Te pienso constantemente. Sin embargo, he decidido que quiero enfocar y concentrar toda mi energía para ser padre; y en los últimos días he conocido a una persona que podría embarcarse conmigo en este viaje.
—Ojalá no te de pena venirte —respondió Sonia, y el ataque de risa duró más que el romance.

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¡Padrisimo!
Me reí mucho con el final!
Me encantó