Desaparecería de este mundo los despertadores. No me gusta levantarme temprano. Ni siquiera cuando el destino es la montaña. Después, el viento, el aire frío y el cielo me hacen olvidar los relojes, las tristezas y las frustraciones que me visitan como cobradores de crédito. A mis hijes no les olvido, me acompañan siempre. Cuando me dicen “la mejor mamá del mundo”, yo sonrío porque no tienen idea. Amo besarles y escucharles aunque pida esquina cada tanto.
Ojos almendrados dice mi papá; pómulos rusos dice mi mamá; perdida en el limbo digo yo. No sé cómo le viene la vocación a una, yo todavía juego a las escondidillas con la mía. Ni muy de aquí, ni muy de allá. Quizá soy un ser nepantlesco. Mi potencial adictivo es tal que lo canalizo al chocolate para salvarme de los males de la vida. Vivo en el antes, aunque sea el de un minuto atrás. Veo álbumes viejos, escucho música de los ochenta y ya siento añoranza del tiempo en que mis hijes eran chiques, aunque apenas hayan pasado de la década. Ni hablar de mi infancia y adolescencia. Veo fotos antiguas de las ciudades, lo que fue. Es esa nostalgia tanguera que me persigue.
No me gusta el café, ni el alcohol fuerte, apenas la cerveza y el vino tinto. Tampoco los sabores exóticos como el mousse de matcha con mamey. Nunca maduré en ese aspecto, tampoco en otros. Mis hijes dicen que soy una niña atrapada en un cuerpo de señora, puede ser. La última vez en los toboganes de agua fueron cuarenta las veces que me deslicé. El baile me libera, me recarga. Sola en la cocina, merengue con mi hija en la sala, con las amigas en las fiestas o con algún amante de temporada, me deja ser quien soy. Me divierten las bajadas en bicicleta, las subidas no tanto. Puedo pasar horas chapoteando en alguna alberca, mucho mejor si es en el mar.
Disfruto leer, me transporta a otras vidas, sobre todo ahora que estoy tan guardada, y por eso maldigo cuando la pantalla me atrapa. Sin embargo, al final de cuentas, aunque más desmenuzadita y sin tanta magia, es otra forma de escapar un rato para después volver a mi lugar, con los míos, que no cambiaría por nada. Intento entender el porqué de todo, pero con el tiempo he aceptado que a veces simplemente no se sabe. El ruido de la ciudad me enloquece. Junto con los despertadores, eliminaría el escándalo de las construcciones, los cláxones y las bocinas de la tiendas.
Espero el otoño para pisar y oír crujir las hojas que recubren las banquetas. Agradezco el reencuentro con la montaña después de tantos años. Me renueva. Me gusta manejar, no en la ciudad, siempre con música y la ventana abierta. Quiero volver a viajar, como antes. Sola, de a dos o de a tres, no importa. Recorrer nuevos espacios y revisitar lugares conocidos. Algún día haré una gran fiesta para reunir a la gente que quiero y no está cerca. Y bailar. Y comer. Y reír sin parar.
Añoro el silencio y andar sola, pero sin las amigas no podría ser. Me sostienen. No soy de protocolos, más bien medio cavernícola, por eso me toca interpretar en sociedad, para no quedar tan afuera. Mi inquilina permanente, la impostora con lentes, y yo nos llevamos muy bien. Hemos alcanzado una simbiosis interesante, aunque no estaría mal encontrar pronto una orden de desalojo. Me gusta el romance. También la buena ortografía. Sé que en la jerarquía del cosmos eso no ocupa un lugar importante y entonces me contengo para no corregir, aunque a mis hijes no les doy tregua.
Me gustan los días fríos de sol. Usar bufanda y botas. No me decido entre playa y nieve. Quizá la opción sea Nueva Zelanda. Tampoco me decido entre lo dulce y lo salado. Soy una izquierdosa recalcitrante, tal vez sea genético. Soy naïve y no creo en las teorías de la conspiración, aunque con tanta injusticia y desigualdad ya no sé.
Se me da mejor la teoría que la práctica, en casi todos los ámbitos. Cuando era joven lo tenía muy claro. Ahora no tanto. Nada. Pero seguimos. La cosa es estar, compartir las risas y tratar de sentir y vivir cada momento.

Entrañable fotografía de ti misma. Me gustan las imágenes y la absoluta honestidad. Esa compleja contradicción de ser nepantle y al mismo izquierdoza. Yo te percibo libre. Me encantan las coincidencias de amar viajar y al mismo tiempo la caverna. Muy humano tu relato. Está muy padre tu blog. Iré leyendo despacio, como merecen tus textos.