200 m mariposa

Cada mañana que me toca ir a nadar es lo mismo: no quiero. Pienso en el traje de baño horrible y apretado, en el gorro que me recuerda al hombre bala porque, como ya no tengo pelo, dibuja mi cabeza perfectamente, y lo peor: el regaderazo frío antes de entrar en la alberca. Una tortura.

Después de la segunda vuelta de calentamiento, que no sé por qué la llamo así si en realidad no cambio la velocidad en toda la clase, me empiezo a sentir bien. “Tengo posibilidades”, pienso. Así unas vueltas hasta que llega la patada de delfín y mis movimientos evocan a Acuaman, pero cuando se rompió ambas piernas y lo enyesaron. No avanzo, pero eso me sucede también en otros ámbitos de la vida, no es exclusivo de la natación. Pasan los segundos y son las mismas letras del nombre del gimnasio las que veo escritas en el fondo de la alberca. Quizá esa habilidad debería considerarse una categoría en las olimpiadas, tiene su mérito alcanzar ese empate. Agregamos después la brazada de mariposa y entonces me convierto en un manatí epiléptico tratando de sobrevivir en algún manglar. No quiero pensar en la imagen que les toca a los que están afuera de la alberca.

Unos minutos más adelante, cuando la mariposa regresa a Canadá y desaparece, la respiración vuelve, se controla. Pasamos al pecho, crol o dorso, y el panorama cambia. Confirmo por qué voy a clases de natación. Me deslizo por el agua, la siento resbalar por mi cuerpo y al mismo tiempo me empuja, me lleva; como la vida a veces. Una delicia: braceo, pataleo, respiro en perfecta sincronía. También pateo a los del carril de al lado, principalmente cuando toca pecho.

Hacia el final de la clase, cuando el profe dice “libre”, soy feliz. Me relajo, lo disfruto y saboreo. Voy y vengo contenta. Aprovecho las pausas en el lado de la alberca lejos del maestro para, además del masaje en la pantorrilla con el chorrito a presión, comentar con mi compañera: “qué pesadilla mariposa; ¿tú también quieres dormir todo el día después de la clase?”. Yo sí, pero qué bien me siento. Luego cerramos con el vapor, pero ésa es otra historia.

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